Artículo originalmente publicado en el Green European Journal.
Los gobiernos compiten en el mercado mundial por el equipo médico producido en otros lugares. Los presionados sectores públicos se ven forzados a sobrepasar sus límites y las consecuencias sociales de la paralización de las actividades repercuten en todo el mundo. La crisis del coronavirus ha cuestionado fundamentalmente la forma en que la sociedad debe organizarse para garantizar la salud y el bienestar de toda la población. Frente a un shock sistémico, el principio rector de la recuperación debería ser la resiliencia. Dirk Holemans expone lo que esto significa en la práctica.
No vimos venir el impacto del coronavirus aunque era cuestión de tiempo. Los nuevos virus, que la investigación ha vinculado a la destrucción de espacios naturales, junto con un modelo económico que depende del comercio global y los desplazamientos, son sólo dos aspectos problemáticos del sistema mundial actual. Añádase a esto la negligencia de los gobiernos; según el virólogo Johan Neyts, esta pandemia podría haberse evitado si los gobiernos hubieran invertido en antivirales hace 10 años.
Es hora de un cambio de paradigma: de una sociedad sonámbula centrada en el beneficio, la competencia y el consumo, a una sociedad orientada al futuro que priorice la inversión, la cooperación y el bienestar. Esta transición es imperativa para evitar lo que Naomi Klein describe como la «doctrina del shock». Como ella señala, los neoliberales del libre mercado están siempre dispuestos a utilizar las catástrofes para despojar al Estado y favorecer sus propios intereses. Esto, a su vez, hace que nuestras sociedades sean aún más vulnerables al shock.
Sabiendo que aún nos esperan shocks en términos de clima, biodiversidad y suministro de alimentos, ¿cómo sería una respuesta emancipadora a la crisis del coronavirus? En este esfuerzo, el concepto de «resiliencia» puede servir como principio rector. ¿Qué define la resiliencia? Un sistema es resiliente si continúa funcionando después de un choque. Además, un sistema resiliente evita los choques en la medida de lo posible.
Es hora de un cambio de paradigma: de una sociedad sonámbula centrada en el beneficio, la competencia y el consumo, a una sociedad orientada al futuro que priorice la inversión, la cooperación y el bienestar.
La resiliencia es algo más que simple resistencia. Hace referencia a sistemas socioecológicos que son capaces de reorganizarse sin perder su función ni su estructura. Aunque no se reconoce a menudo, nuestra sociedad global es un sistema socioecológico. Como ha demostrado la crisis del coronavirus, toda la actividad humana depende de los sistemas naturales e influye en ellos. En este sentido, la naturaleza se ha convertido en un actor. Ya no puede concebirse como un escenario estático o un recurso a explotar indefinidamente. Como deja claro el pensador francés Bruno Latour, la naturaleza y la cultura están entrelazadas y, por lo tanto, reconocer la relación de codependencia de la sociedad con la naturaleza forma parte de la consecución de una sociedad resiliente.
Un sistema resiliente es aquel que es capaz de transformarse a sí mismo cuando las circunstancias cambian para seguir prestando los servicios necesarios. Pensemos, por ejemplo, en un valle aluvial: algunas zonas absorben el aumento de las lluvias invernales y evitan inundaciones, mientras que en los veranos más secos suministran agua para los sistemas alimentarios locales. Lo más importante es que un sistema resiliente es aquel que se anticipa proactivamente y no se resigna a reaccionar ante los acontecimientos.
La resiliencia incluye cuatro componentes: ciclos cortos de retroalimentación, modularidad, diversidad y capital social. El primer término se refiere a la rapidez con la que nos enfrentamos a las consecuencias de nuestras acciones. Los ciclos cortos de retroalimentación son un problema tanto para abordar el cambio climático como para la propagación de nuevas enfermedades. En ambos casos, el periodo entre la acción causal y los efectos es relativamente grande. Muchas personas se preguntan con razón por qué nuestras sociedades pueden reaccionar de manera decisiva en respuesta al coronavirus cuando no lo hemos hecho en el caso de la crisis climática. La realidad, sin embargo, es más compleja. Si bien estamos reaccionando rápidamente a la emergencia sanitaria, en esencia, el coronavirus y el clima son consecuencias del mismo sistema económico.
Tanto en el caso del coronavirus como en el del cambio climático, la culpable es una economía dependiente del crecimiento que está penetrando cada vez más profundamente en la naturaleza para extraer materias primas y explotar la tierra. La tala de bosques para la agricultura industrial reduce los hábitats de los animales, forzándolos a buscar alimento en los asentamientos humanos. Paralelamente a la destrucción de sus ecosistemas, los murciélagos de Asia y África están entrando cada vez más en contacto con las personas. Como señala el biólogo Dirk Draulans, los murciélagos son portadores de muchos virus, a los que ellos mismos son resistentes. Cuando los murciélagos se ven sometidos a estrés por la destrucción de su hábitat, la carga viral en sus cuerpos aumenta y se vuelven más contagiosos. En resumen, un sistema económico basado en la expansión y el ecocolonialismo ha estado destruyendo la naturaleza durante décadas. Pero sólo ahora, debido a los lentos bucles de retroalimentación alrededor del planeta, se hacen evidentes sus duros efectos sobre la salud y el clima.
La modularidad pone de relieve otro problema fundamental de nuestra sociedad. Un sistema modular consiste en varios subsistemas que no están excesivamente interrelacionados a fin de ser suficientemente autónomos. Una economía basada en cadenas de producción global en manos de multinacionales es precisamente lo contrario. Muchos países occidentales ya ni siquiera son capaces de fabricar mascarillas protectoras. China fabrica actualmente cerca de la mitad de las mascarillas del mundo: eso es lo contrario de la modularidad. La modularidad implica poder fabricar grandes cantidades de mascarillas en lugares diferentes y relativamente separados en todo el mundo. La compañía estadounidense 3M, conocida principalmente por sus notas Post-it pero también como gran productora de mascarillas, ya ha demostrado que esto es posible. Cuando la economía se globalizó, 3M no cerró su empresa matriz en los Estados Unidos sino que construyó fábricas adicionales en China y Corea del Sur. Cada fábrica tiene su propia cadena de suministro, y la empresa matriz también fabrica los componentes necesarios para las máscaras de protección. Y aunque las tres unidades de producción prefieren distribuir en las regiones donde están ubicadas, también operan en el mercado global.
La resiliencia incluye cuatro componentes: ciclos cortos de retroalimentación, modularidad, diversidad y capital social.
Las unidades autónomas también ayudan a garantizar que haya suficientes existencias, una debilidad crítica de las economías neoliberales obsesionadas con la reducción de costes y la maximización de los beneficios. Los almacenes de ayer han sido reemplazados por camiones, aviones y buques portacontenedores. Esta economía sin amortiguadores es extremadamente vulnerable cuando el transporte se detiene o las fronteras se cierran. Frente a la crisis actual, cabe recordar que aunque países como Bélgica y Francia solían tener suministros estratégicos de mascarillas, las retiraron progresivamente debido a las políticas de austeridad.
El aumento de los desplazamientos y del transporte también socava la modularidad. Si los subsistemas están demasiado interconectados, un impacto puede viajar fácilmente por todo el sistema. Un sistema con un alto grado de modularidadtiene componentes más autónomos, y un choque en un subsistema causará menos daño a los otros. La importancia de desarrollar economías circulares más autónomas, por tanto, no debe ser subestimada.
La importancia de la diversidad es conocida en la agricultura: un agricultor que sólo cultiva una cosecha es vulnerable a las plagas. La misma lógica puede aplicarse a la economía: un enfoque único de la producción de riqueza —aquí el enfoque neoliberal basado en el mercado global— representa un monocultivo con todos los riesgos que ello conlleva. Un mayor apoyo a las empresas éticas, como las cooperativas de energía y los huertosgranjas de autocosecha, puede hacer posible la diversidad económica.
Durante la primavera de 2020, muchos gobiernos europeos están descubriendo qué significa depender del mercado mundial. El gobierno belga hizo un pedido de mascarillas protectoras, pero se vio obligado a cancelarlo cuando los proveedores subieron el precio. El gobierno holandés devolvió un gran número de mascarillas a China ya que la mala calidad habría puesto en peligro a los trabajadores sanitarios. Mientras tanto, en Bruselas como en muchas otras ciudades, la ciudadanía está lanzando iniciativas locales para hacer mascarillas de alta calidad. Los Fab labs están produciendo mascarillas de plástico, que de otra forma no estarían disponibles en el mercado mundial. En muchos casos, la creciente diversidad implica la movilización de una capacidad de producción flexible. Las nuevas máquinas, como impresoras 3D y ordenadores potentes, hacen que esto sea mucho más factible hoy en día que hace 20 años.
El último componente, el capital social, se olvida a menudo. Atañe a las redes sociales de nuestra sociedad y los recursos que pueden producir. El capital social está demostrando ser enormemente importante: piensa en los ancianos solitarios o en los sin techo. Representa una ayuda práctica y valores como la solidaridad y la participación. Es precisamente este capital social el que ha sufrido una enorme presión en las últimas décadas, y ahora está siendo redescubierto.
Dejemos que el coronavirus sea una llamada de atención que ponga fin al sonambulismo.
El número de personas que quieren contribuir durante esta crisis del coronavirus, así como la variedad de iniciativas, es abrumadora. En el Reino Unido, el Servicio Nacional de Salud pidió voluntarios para ayudar al millón y medio de personas vulnerables del país con problemas subyacentes de salud. Más de medio millón de personas ya han respondido positivamente a la llamada; entregarán medicamentos a domicilio, llevarán a los pacientes a sus citas médicas o simplemente llamarán por teléfono para asegurarse de que están bien. En Bélgica, la cooperativa Partago, una plataforma ciudadana de coches eléctricos compartidos, está trabajando con los Equipos de Alimentos, una iniciativa que organiza grupos de ciudadanos para comprar alimentos saludables a los agricultores locales. Partago y Food Teams lanzaron una exitosa campaña de crowdfunding que alentaba a la gente a donar una batería eléctrica totalmente cargada a los voluntarios que llevaban productos locales y frescos sin cargo a los hogares de trabajadores sociales y otros proveedores de cuidados..
Generar estas cotas de resiliencia requiere algo más que sólo cambios en los márgenes. El calentamiento global se está acelerando y la biodiversidad está en caída libre. Que el coronavirus sea una llamada de atención que ponga fin al sonambulismo. Esto requiere cambios en nuestros países, en Europa y a escala global. Según el sociólogo Dani Rodrick, una economía totalmente globalizada no va de la mano de políticas democráticas y soberanía nacional. Cuatro décadas de globalización neoliberal han despojado al estado nacional de su sustancia y han descuidado la política democrática. Rodrick propone un giro: un nuevo enfoque en la política democrática y la soberanía (aquí la UE puede asumir parcialmente el papel de las naciones) para lograr una desglobalización parcial y democrática.
La desglobalización no tiene por qué obstaculizar el intercambio de ideas y la cooperación. En medio de las ruinas de la guerra en 1944, los aliados firmaron los acuerdos de Bretton Woods para regular estrictamente la economía mundial con vistas a una rápida reconstrucción. Las múltiples crisis actuales del coronavirus, el clima y la biodiversidad exigen una regulación socioecológica que pueda resucitarnos de las ruinas del capitalismo globalizado neoliberal. Ya es hora de que se asegure una buena vida para todos dentro de los límites del planeta.
Dirk Holemans. Coordinador del grupo de expertos ecologistas belga Oikos y copresidente de la Fundación Verde Europea.