Artículo de Alejandro Sánchez, miembro del Patronato de la Fundación EQUO.
Cada año en el Día de los Humedales el movimiento ecologista aprovecha para denunciar el mal estado crónico de nuestras zonas húmedas más importantes. Doñana, Daimiel, La Albufera, el Delta del Ebro, acaparan noticiarios, artículos e informes. Y con razón, pues a pesar de acumular figuras de protección el estado de estos espacios naturales de fama internacional permanece en el filo de la navaja, cuando no gravemente amenazados por proyectos tan espúreos como el almacenamiento subterráneo de gas en Doñana. Para muestra este artículo de SEO/BirdLife denunciando el precario estado de algunos de estos humedales.
Sin embargo, el Convenio de Ramsar (1971), cuya aprobación se conmemora cada 2 de febrero, incluye en sus textos conservacionistas no solamente estas joyas mundiales de la naturaleza, sino también ese innumerable rosario de pequeñas charcas, lagunas, riberas y litorales que permiten la pervivencia de hábitats únicos y la reproducción de especies únicas de plantas y animales especializados, muchos de ellos desconocidos para el gran público.
Los grandes humedales y marismas son los que abren telediarios y documentales y debemos exigir al Gobierno y a las Comunidades Autónomas coherencia política y recursos para su conservación. Pero no debemos olvidar los miles de kilómetros de riberas fluviales y marítimas amparados por este mismo convenio, y que conforman el dominio público hidráulico. Su conservación y restauración deben ser una prioridad para todos los niveles de la administración pues, aparte de su papel específico como refugio de biodiversidad, nos protegen de inundaciones y de la subida del nivel del mar, más en el actual contexto de cambio climático inexorable.
A todo ello hay que sumar la miríada de lagunas, pantanos, charcas, navas, fuentes, manantiales, pozas, balsas, aguazales, esteros, estanques, lavajos, ciénagas y turberas, que mantienen especies únicas, almacenan agua, atemperan el clima y diversifican el paisaje. Los informes técnicos nos dicen que en nuestro país –un país mayoritariamente seco e incluso árido- hemos perdido dos tercios de nuestros humedales, incluidos algunos de los lagos y lagunas naturales más grandes que existían en la península Ibérica: Antela, La Janda, la Laguna del Duero…
Debemos corregir ese error histórico y colaborar en proteger y restaurar todos esos microhumedales. Hay que mojarse, porque esta es una labor mucho más local y ciudadana en la que debemos implicar a nuestros vecinos y ayuntamientos. ¿Por qué cualquier parque o jardín de mediano tamaño que se precie tiene al menos un estanque? Los seres humanos y muchos otros seres vivos buscamos la cercanía del agua para vivir. Y ello implica proteger los pocos humedales que han llegado a nuestros días y restaurar muchos de los que desparecieron. Mójate por los humedales, respétalos y exige su conservación a tu administración más cercana.