Para poder hacer una transición hacia una economía sostenible y establecer una auténtica política climática,
debemos cambiar nuestro actual sistema energético por uno que esté realmente basado en las renovables. Esta transición es, al mismo tiempo, una gran oportunidad para conseguir el objetivo de una energía democrática. Debemos recordar que cuando el movimiento ecologista protestó contra las plantas nucleares en los setenta, no solo fue por los riesgos ecológicos de la energía nuclear, si no por el rechazo a un sistema energético que estaba diseñado para ser muy centralizado y con una estructura de arriba-abajo. De forma clara, las plantas nucleares deben ser gestionadas como bases militares, mientras que los molinos de viento pueden ser propiedad de una comunidad. Además, las fuentes fósiles no se encuentran en todas partes y, por tanto, requieren también de un sistema centralizado e implican una dependencia energética. El sol y el viento, por contra, están en todos los rincones del planeta, lo que permite el establecimiento de sistemas descentralizados y conectados, basados en la cooperación.
De forma breve, es evidente que necesitamos mejores y diferentes políticas que puedan establecer sinergias
provechosas entre autoridades públicas y la sociedad civil, políticas que nos permitirán conseguir un sistema
energético democrático y hacerlo a tiempo.